Mucha agua correrá bajo el puente hasta que haya terminado la siembra de maíz correspondiente a la campaña 2024/25. Uno de los grandes éxitos de este cultivo llegó de la mano de la irrupción de la siembra tardía. La implantación en diciembre llevó el cultivo a zonas donde la siembra temprana tiene dificultades, lo que permitió ampliar la producción de esta gramínea de múltiples usos, desde la elaboración de alimentos y plásticos hasta combustibles. En los últimos 10 ciclos, el maíz no paró de ganar en área, tecnología, inversión aplicada y rindes, opacando a la soja.
Desde luego hay un beneficio más que se ha extendido de una punta a la otra de nuestras zonas productivas: la condición de pilar de toda rotación que se precie de estar diseñada a favor de la sustentabilidad del sistema. Los rastrojos del maíz y su aporte de carbono solo pueden ser reemplazados por el sorgo en esto de apuntalar la salud del suelo.
Pero esta será una temporada distinta, inusual, con una enorme dosis de incertidumbre. Una plaga habitual en el norte del país encontró condiciones climáticas amigables para moverse hacia el sur. Es mucho lo que ya se ha escrito sobre la chicharrita, Spiroplasma y el achaparramiento del maíz, responsables de la pérdida de 10 millones de toneladas del cereal en la campaña que acaba de terminar. Ríos de tinta inundaron las páginas de las publicaciones especializadas y numerosos informes técnicos poblaron los sitios Web aconsejando qué hacer con este trío nefasto. A pesar de eso los pronósticos para la producción de maíz son ciertamente malos.
Así, la Bolsa de Cereales de Buenos Aires considera que el área destinada a producir este grano caerá un 17%, en tanto la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) apunta a una merma del 20-21%. Los productores, por su parte, sospechan que la reducción en la superficie será probablemente mayor. Esto implica una pérdida de divisas para el país y complicaciones severas para producciones intensivas como el feedlot, la avicultura y la cría y engorde de cerdos.
Es que al riesgo que conlleva la enfermedad antes mencionada respecto de la posible evolución de un lote de maíz, hay que sumar el desaliento que generan cuentas complicadas por los bajos precios del cereal, la inversión requerida y el impacto de la brecha cambiaria. Y también la llegada de La Niña, cuyas características y momento de máxima presión aún se debaten. Entonces, no solo está complicado el maíz tardío por un posible ataque de la chicharrita, también corre riesgos la siembra temprana, debido a probables deficiencias de humedad durante su ciclo de cultivo.
Las proyecciones de la BCBA sugieren una superficie total destinada a maíz con destino a grano comercial de 6.300.000 hectáreas, lo que implica 1.300.000 hectáreas menos respecto de la campaña anterior, mientras que la BCR estima que la baja interanual en superficie total podría comprometer unos 2.000.000 de hectáreas llevando el área total a 7.700.000 hectáreas (incluye aprovechamiento forrajero). De concretarse estos guarismos, a nivel nacional se podría estar perdiendo una producción potencial de más de 10 millones de toneladas.
Claramente este panorama es todo un desafío para las actividades intensivas en materia de utilización de recursos. Y se produce justo cuando la participación del feedlot viene creciendo en los sistemas ganaderos argentinos, incentivado por los precios deprimidos de los granos, un fenómeno que se verifica también en Australia y Brasil, dos grandes exportadores de proteínas de origen animal. En promedio para el pasado mes de agosto, se necesitaban unos 80 kilos de gordo para comprar una tonelada de maíz. Si bien la relación se encareció casi 5 kilos respecto del mes previo, aún resulta unos 10 kilos más barato que el año pasado.
A esto hay que agregar un sinnúmero de esquemas pastoriles que utilizan el cereal en una terminación a corral o bien en la suplementación de la hacienda. A ellos se suman los tambos, en los que el silo de maíz es una pieza fundamental, y la producción de carne de cerdo y de pollo, desde luego. En menor medida también corresponde considerar la demanda de maíz para la producción de etanol.
De cara a la nueva campaña de granos gruesos las aguas se dividen. Estados Unidos viene con precios deprimidos producto de lo que se espera será una gran cosecha de maíz. El clima para la evolución del cultivo ha sido virtualmente ideal, y aún hay mucho maíz en manos del farmer producto de la campaña previa, que también había arrojado volúmenes importantes.
Si bien la Argentina no puede apartarse radicalmente de la referencia de Chicago, la situación es diametralmente opuesta. Se arribará a una segunda campaña con mermas muy importantes respecto de los volúmenes que se habían vaticinado en la previa de la temporada 2023/24. En el mercado local aún no hay una brecha significativa entre la posición cercana y abril de 2025, pero se estima que esto irá modificándose a medida que se vayan consolidando los guarismos referidos a la superficie sembrada en 2024/25.
Para los planteos ganaderos intensivos –ya sean bovinos, pollos o cerdos- el problema es doble: precios que deberían entonarse y dificultades para hacerse de los volúmenes necesarios. Es que además de batallar entre ellos deberán compartir el menor maíz disponible con una exportación que ha estado activa los últimos años.
La BCR estima el consumo total de maíz destinado a producción animal en la Argentina entre los 10 y 12 millones de toneladas, un volumen similar a la pérdida potencial de producción que, como se indicó, se podría proyectar ante una eventual caída de área. Si los costos se encarecen sobremanera, ¿podrán la carne vacuna, el pollo y el cerdo trasladarlos al mostrador en un contexto caracterizado por una población de bolsillos flacos? Muy complicado, sin dudas.
Fuente: Chacra