Diversificar la fecha de siembra y las combinaciones con los grupos de madurez permitiría atenuar posibles impactos desfavorables en el ciclo de producción de la oleaginosa. Así lo manifestó Ing. Agr. Santiago Lorenzatti en el marco del seminario AcSoja. Además, alertó que hay brechas de casi 35% en promedio en los potenciales productivos.
En el primer panel del Seminario Acsoja que se celebró en Rosario este jueves, se abordó el tema de la productividad y sostenibilidad en diferentes regiones. En este contexto, se señaló que en Argentina la producción promedio de la oleaginosa que se podría alcanzar es un 34% superior a la que se obtiene a campo.
“La potencialidad promedio ponderado de Argentina sería de casi 5 toneladas por hectárea y estamos logrando alrededor de 3,2, o sea un 66%, por lo tanto, la brecha está en el 34 %”, detalló el Ing. Agr. Santiago Lorenzatti, miembro de Aapresid y socio de la consultora Okandu, en la presentación de su trabajo.
En la región núcleo, para soja de primera esta proporción se mantiene, pero el rendimiento potencial sube casi a 6 toneladas. En tano, para soja de segunda, la brecha crece al 38%.
Según un relevamiento del Grupo Don Mario en su red de ensayos y productores colaboradores, la brecha en Argentina es similar y la de la zona núcleo se ubica en el 26%. Esta diferencia de rendimientos se explicaría en un 60% por el ambiente, por ejemplo, el suelo, la presencia de napa, las lluvias, etc; un 23% podría explicarse por el manejo y un 16% por la genética.
En los campos que asesora Lorenzatti, en una red de ensayos de seis años, tuvieron rendimientos de 27 quintales en los peores ambientes, de 37 en los medios y de 44 en los superiores en torno a 44 quintales. “En promedio, tenemos un rango por ambiente de casi 17 quintales”, indicó el ingeniero.
En cuanto a disponibilidad de agua, lograron rindes promedios de 32 quintales en años Niña, de 38 en neutros y de 42 en años Niño. La napa también fue decisiva: cosecharon 35 quintales promedios sin napa y 41 con napa, 6 quintales de diferencia. En años Niña sin napa, obtuvieron 30 quintales por hectárea; con Niña y napa, 35; en año Niño sin napa 40 quintales y con napa 43. “Exploramos un rango de casi 13 quintales”, detalló Lorenzatti.
Por otra parte, las variedades con cinco o seis años de diferencia respecto de las más nuevas, comparadas con las más nuevas, rindieron un 4% menos en cuatro de los seis años evaluados. Y, en determinados ambientes, fertilizando con fósforo y azufre llegaron a obtener respuestas promedio de un 14%, generalmente con un antecesor gramínea.
Respecto del uso de fungicidas, la respuesta dependió de la presencia o no de factores ambientales para que la enfermedad se desarrolle. “Tenemos que aplicarla, pero previamente tenemos que conocer la fisiología y el cultivo, cómo es en este caso el hongo, cómo se comporta y las condiciones ambientales que median esa relación e intervenir cuando creemos que temporalmente eso va a coincidir y es la pirámide de enfermedad y ahí vamos a tener la respuesta”, explicó Lorenzatti.
Para achicar la brecha en soja, recomendó mantener y mejorar el ambiente productivo mediante siembra directa, rotación de cultivos con diversidad e intensidad ajustada a la oferta hídrica, inclusión de cultivos de servicio, manejo de la nutrición y la fertilidad.
Lorenzatti consideró clave en este año que se anticipa de Niña moderada o con escasas lluvias en la región núcleo, diversificar la fecha de siembra y las combinaciones con los grupos de madurez, haciendo que el período crítico caiga en distintos modos de modo de disminuir el riesgo.
Por eso, “este año habrá que aplicar una estrategia defensiva y es calve tener en cuenta todas estas variables y hacerlas interactuar para achicar la brecha”, concluyó el especialista.
Fuente: Todo Agro